jueves, 29 de agosto de 2019

UTOPíA: Eduardo Galeano



A la pregunta del periodista Jaume Barbera en su programa Singulars de: ¿Para qué sirve la utopía? Galeano respondió: 

"Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar."


Eduardo Galeano.



Que tal si deliramos por un ratito; que tal si clavamos los ojos 

más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible. 
El aire estará limpio de todo veneno que no provenga 
de los miedos  humanos y de las humanas pasiones; 
en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;
la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por el 
ordenador, ni será comprada por el supermercado, 
ni será mirada por el televisor;
el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; 
se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que 
cometen quienes viven por tener o por ganar, 
en vez de vivir por vivir nomás, 
como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño 
sin saber que juega; en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo.
Nadie vivirá para trabajar, pero todos trabajaremos para vivir; 
los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni 
llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; 
los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; 
los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; 
los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;
la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie, nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; 
la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, 
y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;
la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; 
nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; 
los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, 
porque no habrá niños de la calle; 
los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, 
porque no habrá niños ricos; 
la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; 
y la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; 
la justicia y la libertad, hermanas siamesas, 
condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, 
bien pegaditas, espalda contra espalda; 
en Argentina, las locas de Plaza de Mayo 
serán un ejemplo de salud mental, 
porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos 
de la amnesia obligatoria; 
la Santa Madre Iglesia 
corregirá algunas erratas de las tablas de Moisés, 
y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo; 
la Iglesia también dictará otro mandamiento, 
que se le había olvidado a Dios:
 «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;
serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; 
los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto 
esperar y ellos se perdieron por tanto buscar.  
Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de belleza y voluntad de justicia, 
hayan nacido cuando hayan nacido 
y hayan vivido donde hayan vivido, 
sin que importen ni un poquito 
las fronteras del mapa ni del tiempo.
Seremos imperfectos, porque la perfección seguirá siendo 
el aburrido privilegio de los dioses; 
pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido, 
seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero 
y cada noche como si fuera la última.

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